miércoles, 30 de noviembre de 2011

Presentación del libro "una Espiral en Línea Recta"

Sisisisisí. Sí. Finalmente estamos a eeeeeste poquitito de la presentación de mi libro "una Espiral en Línea Recta".


Dónde?
En la Biblioteca Nacional! En la Sala Juan L. Ortiz.
Cuándo?
El viernes 2 de diciembre, a las 19hs.
=)

Y de qué trata el libro?
Mejor, que lo digan los demás:

Denise Destéfano "La Sibylle" dijo: Enigmático, agudo, imaginativo. Los textos de Cesar son profundos e inteligentes y muchas veces apelan al humor para tratar de pasar mejor las desventuras de este mundo. Al dejar sus textos uno empieza a extrañar ese paisaje de amores perdidos y esquinas melancólicas. Porque César es así ni más ni menos que como lo leemos. Y una vez que lo conocemos queremos volver a su compañía.

Jime "mi nombre ya es" Gonzalez dijo: César es como un Groucho Marx moderno: ocurrente, delirante, juguetón y mordaz, pero sobre todo fiel a la imagen que proyecta constantemente. Porque, hay que admitirlo, nadie sabe con exactitud cómo es el verdadero César; es el misterio personificado. Sin embargo, es precisamente eso lo que nos fascina de él y de su escritura: suponemos que nos miente todo el tiempo, que nos oculta lo más importante, pero nos encanta la trampa que nos propone y siempre volvemos por más.

Carmen "Azabache" Mancini dijo: Los textos de César incursionan por temas de exclusión, soledad, pasiones, desencuentros. Tiene una mirada profunda con un trasfondo en sepia. Un surrealismo basado en un presente indiferente, agresivo, rutinario, ante los cuales el autor se rebela con un lenguaje poético muy particular.

Caruslainus Kordon dijo: La literatura de Cesar es como un laberinto. Pero no es un laberinto común y corriente; uno no quiere encontrar la salida. Es más, cuánto más lejos esté la salida, mejor. Cada obstáculo es algo nuevo por descubrir, por indagar. Y, en general, uno termina dándose cuenta de que no hay salida. Y ahí es cuando empieza la mejor parte...

Flor Baliña dijo: En los textos de César siempre hay como un velo, una transparencia sutil, un mostrar la roca viva escondiendo los mapas y los senderos. Y uno se pierde, hunde los pies en el barro de lo solapado, acaricia los juncos que bailan entre las letras, se abre camino entre amaneceres inesperados, uno transpira las dudas y se abre paso entre los ocasos hasta dar por fin con la intención, esa intención latente que espera agazapada en el lecho de algún río.

martes, 6 de septiembre de 2011

Con el quebrar de tu sombra

    A vos, que entre tonos amargos y sonrisas roídas en cartones húmedos de tinta rancia te perdés en el sincolor de la luz tenue de un verano en vela. Vos, que tenés formas imprecisas camufladas en contornos finos que surcan las veredas de un césped amaizado en seco y atornillado al sol. Que carecés de dientes y ojos y llantos que responden inexpresivamente a los gritos efervescentes de una luna renga en fanfarroneos de caras hinchadas. A las caricias de un te felicito hecho en gelatinas y papel manteca. A vos, que sos parte de la vida de otro y aun así, te animás a controlar la mía. Te veo. A los pies de un amigo con mi sangre. Entre el claro y lo difuso. En la estirpe de la mano que te trae junto a un entrecejo tupido en el sinsabor de sus uñas despintadas. Y en la estirpe moribunda que dejás.
    Vos, que olías a temor. A desafíos de piel reseca. Y a sueños rabiosos que recalaban bajo la tierra, bajo las raices, bajo los cuerpos infestados en gusanos arrugados de tanto morder y que tanto se negaban a dormir. Que empañabas con tu manto mi pensar y que tu silueta encerraba mi camino. Silenciabas metas. Me regalabas vergüenza y envidia. Te veo.
    Y ahora que te veo, me doy cuenta de que tus pasos no traspasan mi barrera. Y de que tus formas se camuflan en las mías. Que sos vos quien desconoce de horizontes en un mar de polvo convertido en semillas que crecen con la brisa de una torta en deseos sin disfraces. Quien desconoce amaneceres. Ahora, que tu voz calla y tu oído escucha, te veo y te confieso mi ambición. Como una culpa de alfileres sobre un colchón de noches. Como una voz baja que se escucha a lo lejos, preguntando por un perdón.

miércoles, 20 de julio de 2011

La casi inevitable profesion de crecer hacia atras

…o heladero o veterinario. Para nadar entre pigmentos de chocolate y dulce de leche. O ladrar con perros a la luna y colgarme de los bigotes de un gato. Y quiero volar. Y también ser piloto de jet.
    Y estudiar arquitectura para diseñar mi propia casa, con jardín y pileta. Con plaza de juegos, y hamacas y tobogán. Tener superpoderes, salvar al mundo, besar a la chica y ser futbolista y salir campeón. Y hacer el gol en la final. Firmar autógrafos. Y un contrato multimillonario. Salir con modelos y ser portada de los diarios.
    O empresario y usar un traje diferente cada día. Hacer anillos de humo con habanos prendidos de billetes. Tener reuniones. Tomar decisiones que impliquen tomar las decisiones de los otros. Y viajar por el mundo dando conferencias. Y que me aplaudan y que me admiren y que quieran ser como yo. Para tener una imagen pública, ser presidente y vender ideas y salud a un mundo imaginario.
    Y escupir magia y dar vida a los demonios para tapar el sol y pactar la luz. Convertir la sangre en combustible. Usurpar el oro y las aguas de casas y llantos propagando el fuego de mis tierras. Financiar deudas para cobrar los intereses del que brinda con hambre en la devastación. Adiestrar lacayos que rompan pactos y muerdan pensamientos. Para arrancar la piel de los chicos y hacer una alfombra. Y venderla. Y pisar sus manos y sus ojos y sus esperanzas para crear mercados paralelos que me lleven a lo más alto de las páginas invisibles del poder y la fortuna.
    Y una vez ahí, mirar hacia abajo hasta encontrar en los últimos días el recuerdo vago de haber sido humano, y chocar con la certeza de no saber que hay después. De no poder manejarlo. Para entonces comprar el perdón necesario y aferrarme a la idea de que, aun podría…

domingo, 10 de julio de 2011

Mientras recuerda lo que no fue

    Cierra los ojos y se dibuja tenerlos abiertos. Se encuentra en medio de un inmenso indefinido sin tiempo y con desolación. Alza los brazos y los estira buscando palpar la ausencia que lo rodea. Es fría y huele a lágrimas no concebidas, a un girasol encorvado de noches sin luna que se obliga a no respirar. Que encalla contra la palabra y se muerde buscando gritar un quiebre, sabiéndose atado al silencio.
    Despinta la curvatura de su boca y deja caer miradas que no logra levantar. Ve los años con plomo que se hundieron en la capa de peros que pudrieron en mentiras. Por querer una caricia y no saber pedirla ni buscarla. Por desear que la idea de una entrega incondicional fuera verdad.
    Para cuando abre los ojos, las luces lo rodean. Los edificios, los autos, las personas. Pero nada cambia del negro a ahora. Entre todos y todo, nunca es dos, siempre es uno. Y siempre lo será. Porque nacerá la comparación y ese perfume no estará mañana. Y mañana tendrá esa mueca que no tendrá el después. Porque encarnó en la negación y porque sabe, ahora, que es la única parte de él que él no puede cambiar.

sábado, 9 de julio de 2011

Noche de inflexion

    Sólo un dos. Poca luz, aire espeso de gris cubano y cinco rostros en círculo mirándolo a uno sin pestañear. No puedo perder, no con color. Era la última ronda de apuestas y sólo faltaba un sí, o un no. Decisiones de películas inglesas con las que uno sueña mientras juega con un trago, pero que no se anima a tomar en la vida real. No hasta que el amor lo abandona a uno buscando sexo pasajero detrás de una caja de chocolates. No hasta que logra ahogar el insulto ante la imagen y la sensación de sentirse tan poco. Color, sólo pierdo si tiene un dos. Y ahí es cuando uno se detiene a examinar los gestos e imagina pensamientos, adivina mentiras que alimentan sus fantasías y para cuando el pulso se rebela y la mente duda, la boca dicta un bien, acepto.
    Y uno repentinamente siente a su cuerpo desplomarse en un respiro, previo el éxtasis de haber ganado en una sola noche el dinero de toda una vida. Es una fracción de segundo que detiene el aleteo de un colibrí, robándole sus colores y esparciéndolos a su alrededor. Entonces uno vuelve a su casa en convertible riendo desmesuradamente junto a la rubia que le sirvió tres tragos de ron, el último con guiño. Supera la velocidad permitida en una autopista que no parece tener final. Escapa a cien policías. Abre una puerta, una botella y desabrocha un botón. Para cuando ve las dos y veintidós en el reloj de su cuarto, se da cuenta de que esa imagen no es palpable. El convertible, la rubia y su vestido, no son más que una fantasía alimentada por cinco corazones traicioneros, y lo que uno repentinamente siente no es el viento acariciando su rostro sino el mareo nauseabundo de haberlo perdido todo.

jueves, 23 de junio de 2011

Cajas de mudanza

    Y en ese momento tan sólo queda empacar. Así que tomás una caja lo suficientemente grande como para archivar todas esas cosas que no vas a volver a usar y primero una capa de cuadernos y luego fotos. Un joyerito de fantasía con clips de colores. Doce lápices sin usar y un estuche de anteojos vacío. Una calculadora, dos ejes en papel milimetrado, un libro y el dejo de otra voz con luz a velador. Todo lo que el tiempo irá ensuciando en aire, hasta caer. Y pisás. Comprás adornos, pegás cuadros y una locura dulce en el rincón. Mirás alrededor y reconocés como nuevas las paredes que dibujan en ventanas empañadas formas de otras estrellas. De cometas y agujeros negros sobre un fondo de luz vecina, para una noche abrir los ojos y verte en el sillón, leyendo, y sentir una vez más que ese es tu lugar. Tu lugar entresemana, en sábado, de mañana y de tarde por meses y años, hasta que un domingo cae el sol bajo tu ventana y el momento finalmente amanece. La música se vuelve humo y no te sale respirarla de nuevo. Sentís que es tiempo de acomodar todas esas cajas que amontonaste en el placard y sacás una tapa y dos cuadernos. Hilo, aguja, piel. Una cicatriz. Un juego de lágrimas sobre una flor seca y una ramita de canela. Una carta con tu letra besando esos labios de ya no más y dos ojos que se cierran. Demasiado negro entre las estrellas. Demasiadas noches acordonadas por una misma constelación.

domingo, 12 de junio de 2011

Al final del Camino

    Amanecía cuando Carlitos miró al horizonte con decisión. El sol de frente; la mano como visera. Tomó una red, de esas que se usan para cazar mariposas y partió: tenía un sueño por delante.
    Dejó un camión rojo atrás. Y soldaditos de plomo. Libros y pinceles. Se encontró con más preguntas que respuestas. Caminó por un vals y bailó al borde de un anillo. Descubrió que hay diez espinas en las flores. Y muchas más mentiras que verdades. Enfrentó a la nieve en el desierto. Regaló latidos. Perdió sangre. Y se vió en demasiadas ocasiones a mitad de una escalera, sin saber si subir o bajar. Pero eso nunca le importó. Sabía que buscaba un quizás, sin un jamás, y eso le bastaba.
    Hasta que llegó el momento de mirar hacia atrás. Las manos temblorosas le hicieron nuevamente de visera: necesitaba ver aquel atardecer caprichoso. Ese que le decía que había trotado en sueños ajenos. De padres y nietos. De amigos e incluso desconocidos. En sueños que lo enmarcaban como el mejor de los amantes. El mejor de los compañeros. Y sin embargo, no había podido encontrar el suyo. Aquel que había salido a buscar cuando aún lo llamaban Carlitos. Y con la fuerza que nace de una verdad, de un pincel y de un vals, sonrió.

domingo, 24 de abril de 2011

     La lluvia no da tregua y, sobre el barro, se entierra un casco sin dueño. Cayeron los últimos disparos y el tronar de un silencio mentiroso barre con la trinchera. En cuclillas y bajo la protección de un tronco caído, tiemblan las determinaciones. Se mezclan los pensamientos pero la negación prevalece. No quiero estar acá. Palabras que se ven reflejadas en los ojos de un sargento que se mantiene inmóvil. Sus ropas se sienten pesadas, más por el temor que por el agua que acumulan. Y aun aturdido por las astillas de una sordera temporal, un tamboreo de fuego penetra en sus oídos. Se repite una y otra vez que tiene novia y es feliz, esperando encontrarse así en otro lugar, fuera de esa isla. En otra época, en su casa. Y a su vez, se jura sostener cada una de sus manos y no dejarlas caer. No quiero ser un héroe. No cree en ningún dios y aun así, desea un lugar en el infierno. Se abraza a la única justicia que conoce, sin pedir perdón y aprieta la cruz que tomó con su primer disparo. No quiero ser un mártir. La imagen de aquel soldado le llega con cada relámpago. Lo persigue el parecido de un rostro que a cada duda se hace más propio y una voz que jamás escuchó. Respira el tiempo que se toma otra vida, mientras la propia se escurre en la lluvia con un no quiero estar acá pero tampoco quiero volver.
     Y ante la luz de la luna que se cuela por la ventana, un hombre hecho en medallas mira hacia el mar. Recibe números por teléfono, se para derecho y consigue su objetivo, con bajas razonables.

jueves, 7 de abril de 2011

De un salto a Betelgeuse

Ese día había tomado la decisión de viajar sin rumbo fijo. Caminé hasta encontrar una parada, me senté sobre la cabeza de una rana y saludé tocando mi sombrero a un jazmín que pasaba, pues creí conocerlo de algún lado. Era un día abierto. El Sol tomaba un té con Canela junto a la Luna. Las nubes corrían a los benteveos y, sobre la plazoleta, un dorado y su señora nadaban entre las notas musicales que nacían de las lágrimas de un sauce. Ritmo de blues, me dijo la cabeza de rana. Claramente, le respondí, mientras tomaba el avestruz que acababa de llegar. No solía viajar en animales de dos patas, ya que son bastante incómodos. Pero claro, hoy era ese día, así que me puse las antiparras y le pedí que me llevara hasta el final del recorrido. Trancos largos y veloces, tres plumas perdidas; saldo positivo. Charlamos sobre sueños a cumplir y sobre esos otros tantos que perdimos en nuestra juventud, mientras sombras amarillas cantaban al costado del camino. Atravesamos un arcoíris totalmente rojo y a su orilla, un duende, petiso aun por duende, nos convidó una taza de oro caliente con perejil. No sé si fue por corto o por la buena compañía, pero en menos de lo que pudiera decir pi, llegamos al borde de un puente sin caminos. Hasta aquí llego, tiró mi avestruz, y con un salto largo me despedí. Ojala que algún día llegue a ser un buen ñandú, se lo merece. Y sin pensarlo demasiado me acerque hasta el abismo, di dos pasos en el aire y tomé al globo por su piolín.
     Cuando empezamos la cuesta arriba me di cuenta de que mi estado físico no era el mejor. Aun así, esquivamos panaderos y libélulas y lápices malintencionados con gran facilidad. Hasta tuvimos tiempo para sacarnos fotos y todo. Atravesamos ocho nubes, le saqué la lengua a un ángel y nos asustó un cóndor que usaba anteojos negros con marco verde, pero que a fin de cuentas resultó ser muy amigable. Para cuando llegamos a la alfombra noté que el globo estaba aun más cansado que yo. Le agradecí dejándole mi sombrero de coco y me sorprendí de lo bien que le quedaba. Desaté el nudo con el que contenía el aire y con un sonido casi obsceno se alejó de mi vista para siempre. Sentí que ya quedaba menos viaje. Caminé en zigzag siguiendo el dibujo que estaba tejido con lana dorada y llegué hasta un cañón que me miró con ojos desafiantes. Le pedí que me apuntara hacia lo más alto y, con su permiso, pase usted, respondió abriendo la boca bien grande y enseguida un estruendo me desmayó. Cuando desperté me llegó como eco la carcajada que le siguió al disparo, mezclada con imágenes nubladas de cometas, anillos, nebulosas y colores que no podía reconocer. Tomándome la cabeza, mire mi reloj y todas las agujas indicaban que ya había pasado la medianoche. Me senté en una roca bien al borde dejando que mis piernas colgaran libres de mi cuerpo y, para cuando miré hacia abajo, el Sol calentaba una sopa mientras la Luna prendía una vela.