domingo, 24 de abril de 2011

     La lluvia no da tregua y, sobre el barro, se entierra un casco sin dueño. Cayeron los últimos disparos y el tronar de un silencio mentiroso barre con la trinchera. En cuclillas y bajo la protección de un tronco caído, tiemblan las determinaciones. Se mezclan los pensamientos pero la negación prevalece. No quiero estar acá. Palabras que se ven reflejadas en los ojos de un sargento que se mantiene inmóvil. Sus ropas se sienten pesadas, más por el temor que por el agua que acumulan. Y aun aturdido por las astillas de una sordera temporal, un tamboreo de fuego penetra en sus oídos. Se repite una y otra vez que tiene novia y es feliz, esperando encontrarse así en otro lugar, fuera de esa isla. En otra época, en su casa. Y a su vez, se jura sostener cada una de sus manos y no dejarlas caer. No quiero ser un héroe. No cree en ningún dios y aun así, desea un lugar en el infierno. Se abraza a la única justicia que conoce, sin pedir perdón y aprieta la cruz que tomó con su primer disparo. No quiero ser un mártir. La imagen de aquel soldado le llega con cada relámpago. Lo persigue el parecido de un rostro que a cada duda se hace más propio y una voz que jamás escuchó. Respira el tiempo que se toma otra vida, mientras la propia se escurre en la lluvia con un no quiero estar acá pero tampoco quiero volver.
     Y ante la luz de la luna que se cuela por la ventana, un hombre hecho en medallas mira hacia el mar. Recibe números por teléfono, se para derecho y consigue su objetivo, con bajas razonables.