sábado, 9 de julio de 2011

Noche de inflexion

    Sólo un dos. Poca luz, aire espeso de gris cubano y cinco rostros en círculo mirándolo a uno sin pestañear. No puedo perder, no con color. Era la última ronda de apuestas y sólo faltaba un sí, o un no. Decisiones de películas inglesas con las que uno sueña mientras juega con un trago, pero que no se anima a tomar en la vida real. No hasta que el amor lo abandona a uno buscando sexo pasajero detrás de una caja de chocolates. No hasta que logra ahogar el insulto ante la imagen y la sensación de sentirse tan poco. Color, sólo pierdo si tiene un dos. Y ahí es cuando uno se detiene a examinar los gestos e imagina pensamientos, adivina mentiras que alimentan sus fantasías y para cuando el pulso se rebela y la mente duda, la boca dicta un bien, acepto.
    Y uno repentinamente siente a su cuerpo desplomarse en un respiro, previo el éxtasis de haber ganado en una sola noche el dinero de toda una vida. Es una fracción de segundo que detiene el aleteo de un colibrí, robándole sus colores y esparciéndolos a su alrededor. Entonces uno vuelve a su casa en convertible riendo desmesuradamente junto a la rubia que le sirvió tres tragos de ron, el último con guiño. Supera la velocidad permitida en una autopista que no parece tener final. Escapa a cien policías. Abre una puerta, una botella y desabrocha un botón. Para cuando ve las dos y veintidós en el reloj de su cuarto, se da cuenta de que esa imagen no es palpable. El convertible, la rubia y su vestido, no son más que una fantasía alimentada por cinco corazones traicioneros, y lo que uno repentinamente siente no es el viento acariciando su rostro sino el mareo nauseabundo de haberlo perdido todo.