miércoles, 20 de julio de 2011

La casi inevitable profesion de crecer hacia atras

…o heladero o veterinario. Para nadar entre pigmentos de chocolate y dulce de leche. O ladrar con perros a la luna y colgarme de los bigotes de un gato. Y quiero volar. Y también ser piloto de jet.
    Y estudiar arquitectura para diseñar mi propia casa, con jardín y pileta. Con plaza de juegos, y hamacas y tobogán. Tener superpoderes, salvar al mundo, besar a la chica y ser futbolista y salir campeón. Y hacer el gol en la final. Firmar autógrafos. Y un contrato multimillonario. Salir con modelos y ser portada de los diarios.
    O empresario y usar un traje diferente cada día. Hacer anillos de humo con habanos prendidos de billetes. Tener reuniones. Tomar decisiones que impliquen tomar las decisiones de los otros. Y viajar por el mundo dando conferencias. Y que me aplaudan y que me admiren y que quieran ser como yo. Para tener una imagen pública, ser presidente y vender ideas y salud a un mundo imaginario.
    Y escupir magia y dar vida a los demonios para tapar el sol y pactar la luz. Convertir la sangre en combustible. Usurpar el oro y las aguas de casas y llantos propagando el fuego de mis tierras. Financiar deudas para cobrar los intereses del que brinda con hambre en la devastación. Adiestrar lacayos que rompan pactos y muerdan pensamientos. Para arrancar la piel de los chicos y hacer una alfombra. Y venderla. Y pisar sus manos y sus ojos y sus esperanzas para crear mercados paralelos que me lleven a lo más alto de las páginas invisibles del poder y la fortuna.
    Y una vez ahí, mirar hacia abajo hasta encontrar en los últimos días el recuerdo vago de haber sido humano, y chocar con la certeza de no saber que hay después. De no poder manejarlo. Para entonces comprar el perdón necesario y aferrarme a la idea de que, aun podría…

domingo, 10 de julio de 2011

Mientras recuerda lo que no fue

    Cierra los ojos y se dibuja tenerlos abiertos. Se encuentra en medio de un inmenso indefinido sin tiempo y con desolación. Alza los brazos y los estira buscando palpar la ausencia que lo rodea. Es fría y huele a lágrimas no concebidas, a un girasol encorvado de noches sin luna que se obliga a no respirar. Que encalla contra la palabra y se muerde buscando gritar un quiebre, sabiéndose atado al silencio.
    Despinta la curvatura de su boca y deja caer miradas que no logra levantar. Ve los años con plomo que se hundieron en la capa de peros que pudrieron en mentiras. Por querer una caricia y no saber pedirla ni buscarla. Por desear que la idea de una entrega incondicional fuera verdad.
    Para cuando abre los ojos, las luces lo rodean. Los edificios, los autos, las personas. Pero nada cambia del negro a ahora. Entre todos y todo, nunca es dos, siempre es uno. Y siempre lo será. Porque nacerá la comparación y ese perfume no estará mañana. Y mañana tendrá esa mueca que no tendrá el después. Porque encarnó en la negación y porque sabe, ahora, que es la única parte de él que él no puede cambiar.

sábado, 9 de julio de 2011

Noche de inflexion

    Sólo un dos. Poca luz, aire espeso de gris cubano y cinco rostros en círculo mirándolo a uno sin pestañear. No puedo perder, no con color. Era la última ronda de apuestas y sólo faltaba un sí, o un no. Decisiones de películas inglesas con las que uno sueña mientras juega con un trago, pero que no se anima a tomar en la vida real. No hasta que el amor lo abandona a uno buscando sexo pasajero detrás de una caja de chocolates. No hasta que logra ahogar el insulto ante la imagen y la sensación de sentirse tan poco. Color, sólo pierdo si tiene un dos. Y ahí es cuando uno se detiene a examinar los gestos e imagina pensamientos, adivina mentiras que alimentan sus fantasías y para cuando el pulso se rebela y la mente duda, la boca dicta un bien, acepto.
    Y uno repentinamente siente a su cuerpo desplomarse en un respiro, previo el éxtasis de haber ganado en una sola noche el dinero de toda una vida. Es una fracción de segundo que detiene el aleteo de un colibrí, robándole sus colores y esparciéndolos a su alrededor. Entonces uno vuelve a su casa en convertible riendo desmesuradamente junto a la rubia que le sirvió tres tragos de ron, el último con guiño. Supera la velocidad permitida en una autopista que no parece tener final. Escapa a cien policías. Abre una puerta, una botella y desabrocha un botón. Para cuando ve las dos y veintidós en el reloj de su cuarto, se da cuenta de que esa imagen no es palpable. El convertible, la rubia y su vestido, no son más que una fantasía alimentada por cinco corazones traicioneros, y lo que uno repentinamente siente no es el viento acariciando su rostro sino el mareo nauseabundo de haberlo perdido todo.